Nutrición y salud: ¿tiempo para un cambio de dirección?
La nutrición como ciencia moderna tiene solo unos 250 años
La investigación nutricional vivió probablemente sus mejores
momentos durante su infancia
La evidencia científica nos revela la importancia de la
nutrición en la salud humana pero también en la evolución del ser humano a
través millones de años. Esa espectacular divergencia que ha tenido lugar entre
los primates no humanos y los humanos (es decir nosotros) se piensa que tuvo su
origen en la adopción, por parte de nuestros ancestros, de alimentos ricos en
nutrientes y en energía imprescindibles para “alimentar” las exigentes demandas
de un cerebro cada vez más voluminoso y complejo. El colofón de este proceso
fue, probablemente, la habilidad de poder extraer el máximo contenido nutricional
de los alimentos en uso así como ampliar nuestro portafolio nutricional gracias
a la domesticación del fuego. Mientras que la nutrición ha sido parte
inseparable de nuestra especie (y de todas las especies), la “nutrición” como
ciencia moderna tiene solo unos 250 años, a pesar de que el binomio
“nutrición-salud” ha estado muy presente en la mente, y en los escritos, de los
“sabios” de civilizaciones anteriores. Quizá sea esa “juventud” lo que lleva a
la ciencia de la nutrición a ser frecuentemente naif, impetuosa, a olvidar que
existe un pasado y consecuentemente a cometer errores de juicio en unos casos y
a reinventar la rueda en otros.
La investigación nutricional vivió probablemente sus mejores
momentos durante su infancia. Era esa la época dorada en la que las vitaminas
fueron descubiertas y caracterizadas una tras otra, con el beneficio casi
inmediato de ver como su introducción en la dieta de que aquellos con
deficiencias llevaba consigo, de una manera casi milagrosa, a la prevención y
en algunos casos a la remisión de las enfermedades asociadas. Estos éxitos
iniciales de la investigación nutricional, llamémosle la suerte del
principiante, quizá creo una atmosfera de confort y de pensar que “todo el
monte es orégano” y la expectación de que la elucidación de la ecuación
dieta-salud iba a ser un camino de rosas. Pero las preocupaciones y
problemática de la investigación nutricional actual difiere muy mucho de
aquellas que tuvo que confrontar en su infancia. A las deficiencias
nutricionales de antaño, se han unido de una forma preponderante la prevención
y terapia de las enfermedades complejas y comunes asociadas con el
envejecimiento, como es el caso de las cardiovasculares, del cáncer, de la
diabetes y la obesidad, por mencionar uno ejemplos que resuenan en la mente de
todos por su magnitud.
Por lo tanto, ahora nos encontramos en un momento difícil y
confuso para la ciencia de la nutrición. Parece que hemos explorado todas las
combinaciones posibles y prácticas de intervenciones nutricionales para atajar
las epidemias de enfermedades crónico-degenerativas. Sin embargo su control
parece escaparse de nuestras manos y los titulares de la prensa científica y
popular recogen, por un lado, las predicciones poco halagüeñas de obesidad, de
diabetes, de enfermedades neurológicas, etc., y, por otro lado, ese vaivén
continuo acerca de los alimentos que son parte de una dieta saludable o no
saludable.
Exposoma, nuevo término
Así, podemos mantener el status quo y seguimos martilleando
en la oscuridad a ver si alguna vez acertamos en el clavo o reconocemos
nuestras limitaciones y adoptamos aproximaciones más racionales, nuevas ideas,
nuevos conceptos, nuevas tecnologías en la investigación nutricional. Esa
innovación, ese cambio de paradigma, nos debe conducir a una ciencia basada en
mecanismos e incorporando en la ecuación la individualidad que caracteriza a
cada ser humano como resultado de sus características genéticas, epigenéticas,
de su microbioma y de su “exposoma”, término que engloba todos los factores
ambientales a los que cada uno de nosotros ha estado expuesto desde la
concepción. Ese conjunto innovador nos llevará a una nutrición más
personalizada de la mano de la nutrigenómica y la nutrigenética en su sentido
más amplio que abarca no solo el genoma humano y su variación, sino también los
genomas de nuestra microbiota y el epigenoma que mantienen un dialogo, una
interacción continua con ese “exposoma”.
Los desarrollos tecnológicos de los últimos años nos han
abierto la puerta del genoma, y a entrever el epigenoma y el microbioma. Sin
embargo tenemos todavía una aproximación muy primitiva al “exposoma” que
incluye, entre muchos otros aspectos, aquello que comemos. En estos momentos no
sabemos de una manera precisa lo que la gente come. Utilizamos información
basada en la memoria y la subjetividad de los cuestionarios empleados en
voluntarios lo que nos da una visión borrosa y, a veces, sesgada los datos de
lo que nos dicen y lo que recuerdan a través de las encuestas que les hacemos.
Sin embargo esto nos proporciona una visión muy limitada, sesgada y subjetiva
de la realidad nutricional individual y de poblaciones.
Pero incluso si supiéramos con precisión lo que un individuo
consume en términos de alimentos, todavía tendríamos el problema de que solo
conocemos una fracción de los compuestos que contienen los alimentos y que
pueden influir sobre la salud. Existen, por supuesto, bases de datos que nos
dan la composición de los alimentos en términos de los nutrientes (proteínas,
grasas, hidratos de carbono, minerales, vitaminas, etc.), pero eso representa
solamente la punta del iceberg de los compuestos químicos presentes en los
alimentos que consumimos.
Tomemos la popular patata (para utilizar un ejemplo citado
frecuentemente por mi maestro Grande Covián): tiene miles de compuestos, de los
cuales sólo conocemos y tabulamos unos pocos. Pero no se queda todo ahí. Una
patata cultivada en una región es diferente a la de otra región; la de la
cosecha de un año es distinta a la de la siguiente; pero además las propiedades
nutricionales de unas patatas fritas son diferentes a unas patatas cocidas, o
al horno o en puré. Esta variabilidad la podemos extender al aceite de oliva,
al vino, al café y a todo producto de origen vegetal y animal que consumimos.
Es la composición cuantitativa y cualitativa de estos alimentos de lo que va a
depender como interaccionan con nuestros genes y que funcionen a nuestro favor
o en nuestra contra. Si esto lo multiplicamos por todos los alimentos que
consumimos podemos vislumbrar porque la ciencia de la nutrición es todavía tan
imprecisa y sujeta a penumbras y laberintos por los que los científicos nos
movemos en busca de la puerta que nos de paso a la resolución de los problemas
nutricionales de la población. El problema es que en esa búsqueda llevamos
detrás de nosotros a la población general a la que unas veces guiamos en la
dirección acertada y otra en la errónea, con todas las consecuencias que esto implica.
Nutrigenómica
Anteriormente hemos mencionado que una de estas nuevas
direcciones de la ciencia de la nutrición es la nutrigenómica, cuyo
conocimiento no permitirá llegar a esa “puerta” tan buscada de una manera más
acertada y más personalizada. ¿Pero que es la nutrigenómica? Si nos atenemos a
la definición técnica, la nutrigenómica se refiere a la ciencia que estudia
como los alimentos que consumimos participan de manera directa o indirecta en
como, cuanto, e incluso cuando nuestros genes se activan o desactivan. Sin
embargo, bajo el concepto de “nutrigenómica” se coloca a veces otra ciencia
relacionada que conocemos como “nutrigenetica”. Esta última estudia las bases
genéticas de porqué un mismo alimento o patrón de alimentación no afecta a
todos por igual. Es decir, la nutrigenética investiga como mutaciones en el
genoma hacen que cada uno de nosotros respondamos de manera diferente a la
dieta (y a los factores ambientales en general).
Ejemplos de ello están en el hecho de que unas personas
engordan más que otras comiendo lo mismo, o a unas personas les sube el
colesterol al consumir huevos o mantequilla y a otros no, o también como la sal
sube la presión arterial a unas personas pero no a otras.
La tecnología necesaria para poder explorar nuestros genomas
ya existe, pero todavía tenemos que salvar obstáculos importantes hasta poder
llegar a nuestra meta consistente en identificar con precisión “quien es quien”
en lo que se refiere a la respuesta a los componentes de la dieta y poder
definir a quien le va mejor un alimento u otro. Uno de los obstáculos es el
costo actual de los análisis genéticos, pero en los últimos años hemos visto la
caída continua y espectacular de los mismos y pronto llegaremos a una situación
en la que el factor económico no será un obstáculo para su implementación
generalizada. Lo que es más preocupante es la generación del conocimiento que
todavía nos falta para que la nutrigenética pueda tener una aplicación clínica
y de salud pública. Esto requerirá tiempo y un esfuerzo tremendo por parte de
los investigadores implicados para vencer importantes limitaciones que todavía
frenan ese progreso.
Otro obstáculo a considerar es la “Resistencia al cambio”. En
todo avance de la ciencia y la tecnología hay personas que lo adoptan,
conceptual y materialmente, antes y otros que prefieren esperar a que todo esté
totalmente demostrado. Otros nunca adoptaran los avances, no importa la
evidencia que se genere. Por ultimo no hemos de olvidarnos de que aunque
consigamos definir toda la biología asociada con la nutrición y la salud
todavía está la implementación del conocimiento a nivel individual y que esa
individualidad incluye también la capacidad de adoptar y seguir a largo plazo
unos cambios en los hábitos nutricionales. Es precisamente esa adherencia, o
mejor dicho la falta de la misma, la que más ha dificultado el progreso en la
lucha contra la obesidad.
Para aquellos que creen en el cambio y en el progreso, las
noticias son positivas, ya que se han descubierto cientos de variantes
genéticas que podrían ser utilizadas para identificar la presencia de un mayor
o menor riesgo hacia muchas de las enfermedades comunes. Lo cual abre el camino
a la identificación de aquellos individuos que tienen mayor o menor
predisposición a desarrollar obesidad, diabetes, ciertos tipos de cánceres,
enfermedades neurológicas y enfermedades cardiovasculares, décadas antes de que
se manifiesten clínicamente. Pero es importante recalcar que estamos hablando
de mayor o menor riesgo y no de seguridad; de que tales enfermedades se
manifiesten en un determinado individuo. Nuestra capacidad predictiva aumentará
una vez sepamos más acerca de la totalidad de los genes implicados, pero además
este riesgo viene modulado en el caso de las enfermedades más comunes por el
componente ambiental (dieta, actividad física, tabaquismo, etc.), es decir el
exposoma.
Precisamente por esa dependencia del ambiente es por lo que
podemos utilizarlo en nuestro favor para prevenir o retrasar la aparición
clínica de las enfermedades en aquellos individuos que estén genéticamente
predispuestos a ellas. El remedio sería un estilo de vida adaptado a nuestros
genes. Esto incluiría que tipo de dieta seria la más apropiada, pero también se
podría actuar sobre otros aspectos conductuales y sicológicos que ayudaran a
mantener esos cambios que los individuos deberían implementar en sus vidas,
incluyendo los cambios de habitos dietéticos.
Personalización nutricional
La idea de la personalización nutricional basada en la
genética no es nueva, ya que se ha venido aplicando a algunas enfermedades
raras de origen genético y cuya expresión clínica (en algunos casos letal)
puede evitarse con una dieta especifica. Ejemplos de ellas son la
fenilcetonuaria, la galactosemia, etc. La novedad viene de su aplicación a las
enfermedades comunes ya citadas anteriormente y por lo tanto a la población
general. A nivel de investigación se está avanzando en muchas áreas, desde las
cardiovasculares a la osteoporosis pasando por el cáncer y la diabetes y, como
mencionaremos posteriormente, la obesidad. Muy recientemente hemos demostrado,
gracias al estudio de intervención con dieta Mediterránea para la prevención
cardiovascular que se llevó a cabo en España (PREDIMED), que algunas variantes
genéticas no solo nos permiten predecir el riesgo de infarto o de ictus, sino
que además podemos, por primera vez, identificar qué personas se benefician más
de la adopción de una dieta Mediterránea. Pensar, además, que esta prevención
dietética y personalizada se puede llevar a cabo en adultos y con gran riesgo
de enfermedad, abre nuevos horizontes para controlar eficazmente esta epidemia
de enfermedades que está mermando la calidad de vida de los habitantes de las
sociedades industrializadas, a pesar de que esté aumentado la longevidad.
Obesidad, complejo tratamiento
Sin embargo el tema que más atrae la atención popular es la
obesidad en cuyo riesgo, además de los factores ambientales, sabemos que
influyen centenares de genes. Por lo tanto depende de qué genes estén afectados
en cada individuo, las bases moleculares de la obesidad son diferentes y así lo
serían las recomendaciones para prevenir o remediar esa obesidad. Por ejemplo,
en un gen conocido como perilipina 1 (PLIN1) hay ciertas variantes que
predisponen a la obesidad. Hemos visto también como en aquellos individuos que
tienen una de esas variantes el uso de una dieta baja en calorías no les hace
perder peso, mientras que una dieta en hidratos de carbono complejos sí que
consigue el efecto deseado.
En otros casos, como ocurre en una variante en el gen
conocido como apolipoproteina A2 (APOA2), hemos demostrado que una dieta que
sea reducida exclusivamente en grasa saturada tendría éxito en la pérdida de
peso. Así pues, tenemos ejemplos de cómo conociendo la base genética del
problema podemos actuar de una manera más certera sobre la prevención o la
terapia de la enfermedad. En unos casos seria haciendo énfasis en el tipo de
grasa, en otros en el tiempo de hidratos de carbono, o en otros de una manera
más amplia haciendo énfasis en una dieta Mediterránea o en una dieta más baja
en grasa. Esta personalización difiere del abordaje actual del problema
mediante el cual cuando se ponen de manifiesto las “bondades” de cierto
alimento o pauta alimenticia, se adopta como la “solución universal” hasta que
es reemplazada por otra dieta o alimento “milagro” unos meses o años más tarde.
El objetivo de la nutrición personalizada basada en el genoma es precisamente
para definir la alternativa que funciona para cada uno de nosotros, sin ir
probando una y otra moda con la desesperación e incluso el riesgo que eso
supone.
La descripción de los beneficios resultantes de esta ciencia
suena como la panacea a los problemas nutricionales. Por lo tanto, una serie de
preguntas surgen en nuestra mente: estamos listos para su implementación? Un
recorrido por las páginas de internet o por las farmacias podría sugerir que el
futuro es el presente. Somos testigos de la proliferación de test genéticos con
promesas que, por lo general, van muy por delante de lo que el conocimiento
científico actual puede ofrecer. ¿Como guiar al consumidor a través de este
territorio desconocido? ¿Como puede distinguir aquellos que podrían ofrecer
algún beneficio de otros que son totalmente infundados? ¿Son los que incluyen
más genes mejores que los que incluyen menos? ¿Debe el consumidor confiar solo
en aquellos que añaden contacto con un profesional de la salud?
Alerta por los tests
La verdad es que no hay respuestas sencillas para cada una de
estas relevantes preguntas. Los tests genéticos vienen en todos los “sabores”.
Los hay que son relativamente fiables y otros que carecen de base científica.
Una de las maneras de distinguir entre uno aceptable y otro poco recomendable
e,s simplemente, examinar que es lo que te prometen. Si lo que ofrecen es algo
sensato y en el consejo están implicados profesionales de la salud bien
cualificados, su nivel de confianza es más aceptable que si es un test que se
ofrece directamente al consumidor, normalmente por internet, y que promete
resultados que desafían el sentido común como, por ejemplo, perder cantidades
de peso desmesuradas en tiempos irreales, además sin esfuerzo y con productos
específicos que son suministrados por la misma compañía que hace el test
genéticos. Estos últimos son los que el consumidor debe evitar a pesar de sus
cantos de sirena. Es lo que denominamos “demasiado bueno para ser cierto.” Esto
no solo ocurre en referencia al consejo nutricional, ya que hay test genéticos
que aseguran encontrar la pareja perfecta, o qué carreras deben estudiar los
hijos para tener éxito en la vida, o que deporte practicar para llegar a ser
olímpico, o perfumes individualizados basados en los genes. Ninguno de ellos
puede proporcionar respuestas inequívocas a situaciones tan complejas y
multifactoriales.
En resumen, hay que tener mucha precaución con aquellos tests
que se ofrecen directa y exclusivamente por internet y más todavía si ofrecen
suplementos nutricionales específicos como parte del test. Son más de fiar
aquellos que se llevan a cabo con la participación directa de un profesional de
la salud y que den recomendaciones personalizadas de hábitos de vida,
incluyendo por supuesto, pautas dietéticas apropiadas al genoma del individuo y
a los objetivos que se quieren conseguir.
Naturalmente esto no es más que el principio de esta nueva
era de la nutrición y de la salud personalizada, así como vamos avanzando en
este campo se van abriendo otros frentes de igual o mayor complejidad, como es
el caso de la epigenómica y el microbioma. Estas complicaciones unidas a la
situación de la investigación en nuestro país conducen al desaliento y a pensar
que es simplemente demasiado complejo y que es imposible avanzar. Pero si esa
misma postura hubiera sido adoptada por los soñadores que iniciaron el proyecto
del genoma humano hace unas décadas, ahora no tendríamos acceso al conocimiento
que ha abierto las puertas para tantos avances de la medicina, entre los que se
incluyen esta nutrigenética cuyo progreso hemos perfilado en la líneas
anteriores.
Fuente: http://www.biotechmagazine.es/reportajes-biotech/nutricion-y-salud-tiempo-para-un-cambio-de-direccion/
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